La polémica sobre el ingreso a las universidades latinoamericanas y la aplicación de medidas al respecto, no escapa de una totalidad social anclada en el rentismo-petrolero, lo que ha condenado a la universidad a un parasitar incapaz de crear políticas endógenas pensadas para sus propias realidades y a que su intelectualidad padezca de una presbicia crónica, esta patología ocular le permite ver lejos, melancólicamente, en Harvard, Berkeley, Cambridge o La Sorbona, pero la incapacita para enfocar de cerca los problemas más candentes de nuestros pueblos. Por ello, la concepción de universidades de este lado del hemisferio depende de las posiciones emanadas desde las grandes potencias capitalistas a nivel mundial, esperando con una férrea fe religiosa las soluciones recetarias creadas desde el norte para el sur.
La otra cara de la masificación de la educación.
Cuando los intereses de Estados Unidos en el mercado internacional se vieron amenazados por la creciente relevancia en los asuntos internacionales del bloque socialista, éste país decidió dar muestra de su “altruismo” y “benevolencia” preocupándose por el desarrollo, por el hambre en África y la educación en Latinoamérica. Es así como se crea la “Alianza para el Progreso” que en el ámbito educativo se refleja en la política de masificación, es decir de la ampliación de la matricula, en un primer momento para la educación primaria y secundaria, pero más tarde se aplica a la educación universitaria, no había restricciones para el ingreso. Esta política, aplicada por Rómulo Betancourt, tuvo como objetivo la inserción de Venezuela en el mercado internacional, de modo que preparaba la mano de obra barata para las trasnacionales.
Las consecuencias de esta política demagógica son claras: motivó a la burguesía usuraria, no se creó una alternativa económica para superar el rentismo-petrolero pues las carreras ofertadas y promovidas no favorecían la diversificación y ampliación del aparato productivo nacional, por el contrario, se enfocaron en generar especialistas al servicio de grandes corporaciones económicas, lo que produjo un gran excedente de egresados en estas especialidades que no eran absorbidos por las trasnacionales.
La admisión como sistema de ingreso a la educación universitaria. La argucia de la calidad esconde en su sombra la exclusión del derecho a una educación gratuita.
A partir de la aplicación del neoliberalismo en Latinoamérica, como prueba piloto de esta política económica, los conceptos de “calidad”, “capital humano”, “excelencia”, “eficacia”, “eficiencia”, entre otros, fueron tatuados por los dictámenes de los gobiernos latinoamericanos sobre nuestros modelos educativos, erigiéndose por encima de la educación tradicional que sin lugar a duda se encontraba en crisis. Se implementó un esquema educativo corporativo que respondiera a los nuevos imperativos de las trasnacionales. El derecho humano a la educación fue pisoteado en la medida en que cada uno de estos conceptos se instrumentalizaba ya sea con la reducción del presupuesto a la educación, con las figura de préstamos contraídas por los estudiantes con las trasnacionales que fungían como becas que se pagaban después de la obtención del título con trabajo gratuito en condiciones esclavistas a dichas empresas, con pruebas estandarizadas que condicionaban el acceso o la permanencia educativa a los estudiantes o ya sea con la privatización total del proceso pedagógico.
Es desde entonces cuando se empiezan a aplicar distintas pruebas en este proceso de admisión -o no- a la educación universitaria. Nos adherimos a Marx cuando nos dice que "El examen no es más que el bautismo burocrático del saber, el reconocimiento oficial de la transubstanciación del saber profano en saber sagrado" (Carlos Marx), la prueba como legitimación de un discurso oficial que encarna, en este caso, la más pura expresión neoliberal aplicada a la educación. Es así como se aplicaron las llamadas Pruebas de Aptitud Académicas (PAA) por parte del Consejo Nacional de Universidades que había sido recién conformado para mitigar la autonomía de las universidades. También se abrió paso a la aplicación de las Pruebas Internas de Admisión (PIA) en el caso de algunas Facultades y Escuelas hasta extenderse por toda las carreras. Estas consistían en pruebas estandarizadas las cuales ya se venían aplicando desde la lógica neoliberal en varios países latinoamericanos en el caso de la educación básica para condicionar la permanencia del estudiante. En el caso de las universidades venezolanas fueron el principal mecanismo de ingreso hasta estos últimos años. La PAA y PIA eran una evaluación de carácter psicométrico aplicadas a los estudiantes que salían del bachillerato y que determinaba su ingreso en la universidad a través de preguntas de “cultura general”, “lógica matemática” y “comprensión lectora” formadas por un conjunto de preguntas ajenas a lo que el estudiante regularmente había recibido a lo largo de su formación y que para nada incentivaba la reflexión crítica y el pensamiento creativo, por el contrario legitimaba el conocimiento memorístico. Aunado a esto, en el caso de las Pruebas Internas de Admisión la perversión es aun mayor, puesto que se le agrega su carácter privado (la prueba debe ser cancelada por todos aquellos que quisiesen participar “voluntariamente”) siendo otro obstáculo, asimismo el participante deberá ser objeto de un análisis socio-económico que favorece a las clases altas, bajo la argumentación de que un estudiante de bajos recursos tiene menos posibilidades de culminar exitosamente su carrera por lo tanto la universidad no debe “invertir a pérdida”.
Quienes se osan en defender este mecanismo de ingreso lo hacen bajo la argucia de la “calidad” la cual es para ellos la garantía de que sólo un reducido grupo de estudiantes de los sectores más privilegiados de la sociedad venezolana ingrese a la universidad. Para nosotros la “calidad” no es más que una categoría propia de la lógica mercantil que nada tiene que ver con la producción del conocimiento y que responde a lo que la escritora argentina Adrianna Puiggros nos indica cuando dice que “las estrategias neoliberales dirigidas a la educación imprimen a los discursos pedagógicos la tónica de su lógica económica”. Es así como, desde esta lógica económica se legitima la exclusión de centenares de miles de estudiantes que año tras año se dirigen a las mas “prestigiosas” casas de estudio de nuestro país con expectativas y sueños que son frustrados con las frías mediciones de un examen que pretende evaluar sus capacidades.
Reflexiones finales
Los recientes intentos por superar esta pugna entre una masificación demagógica y el criterio de calidad para discriminar entre aptos y no aptos para la educación universitaria, no han sido exitosos, existe un sistema de registro único nacional con dudosos resultados y las pruebas vocacionales siguen reproduciendo criterios estandarizados. Es por ello que el reto de lograr un ingreso y una educación no excluyente es hoy una tarea imperante para quienes nos sentimos identificados con una educación y una sociedad democrática que reivindique y trabaje en pro de las necesidades sociales del pueblo venezolano.
Para esto, es necesario Transversalizar el proceso vocacional a toda la educación media, a partir de cátedras teórico-practicas que logren una educación experimental, que sensibilicen al futuro bachiller con lo que estudiará en la universidad. Ampliar de inmediato la matrícula universitaria a partir de una comisión contralora que equipare la capacidad física de la universidad, el presupuesto asignado y la planta docente, lo cual en nuestra opinión, están siendo subutilizados en actividades privadas o en el simple desuso. Planificar mediante el Estado y el sector universitario la asignación de cupos según las necesidades productivas de la nación. Esto para nada iría en detrimento de la libre escogencia del estudiante en la carrera, sino que se establecerían prioridades económicas y sociales. Comprender espacios universitarios formales más allá del campus universitario, dando mayor capacidad de afluencia de estudiantes en el proceso pedagógico. Así como, darle apertura a nuevas universidades que superen la concepción del aula tomando los esfuerzos de la Misión Sucre en general y de la Universidad Bolivariana de Trabajadores “Jesús Rivero” en particular.
Débora Guzmán.